Mis manos, viven encarceladas, enclaustradas, encadenadas
a un virus, que he pasado, que he sufrido, que he vivido. Mis manos.
libres de la enfermedad, no pueden acariciar superficies familiares; ni sentir
el latido, de las piedras, de mi ciudad; ni besar, cercanías, que se convierten
en invisibles a mi tacto. Mis manos, han de conformarse, con atrapar el
horizonte con unos guantes de plástico, para poder ser libres algún día.
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