Hace muchos decibelios, que vi la final Olimpica de baloncesto de los Angeles 1984, entre Estados Unidos y España, amaba el baloncesto. Me rescataba de la soledad, en la que se estaba convirtiendo mi adolescencia. Aquellos hombres, grandes, fuertes, insospechados. Representaban a los príncipes azules, a lo que besaba en mi fantasía. Desde entonces, mi fantasía se ha erosionado. He seguido el baloncesto con mayor o menor interés. El Eurobasket 2017, celebrado en Turquía, ha llamado atención. Amo a mi país, y cualquiera de sus selecciones nacionales. He asistido a los partidos de la Selección española de baloncesto wasseapendo, y comentando mis emociones en Facebook) mi red social de cabecera)Lograron la medalla de bronce ante Rusia, pero, eso no era lo más importante. Pues en la cancha estaba Juan Carlos Navarro, que arrastraba a sus espaldas, 253 partidos, con la selección a la que ya no volverá. Y yo, que me quedé en Fernando Martín, Corbalán, Epi, Solozábal, LLorente. Resucité mi entusiasmo perdido, por los embates del tiempo, para llorar con este chaval, llamado Juan Carlos. Quien contenía la mirada en el horizonte, para no perderse entre las emociones. Sólo los héroes, logran resistir tantas horas en una cancha. Navarro, ya está en el olimpo de los que son grandes.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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