Visité el jueves, la Casa Sorolla, en Madrid. Cerca del Metro de Iglesia. No iba preparada para ver cuadros, sino sus muebles. Los jardines, ya me parecieron una obra maestra de la dulzura, del encanto, de la sensibilidad. Pero, al entrar en aquella casa grande, de paredes gigantes, de espacios gordos. A los que no hacia falta una gastroplastia. Me ahogué entre mis lágrimas; en la demostración, de cada susurro de belleza; en la asunción, de cada gesto de su vida privada; en la agonía, de cada arruga de Clotilde, su mujer. No creo que nunca dejé de llorar ante Sorolla.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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