Nunca sé cuándo van a aparecer, así que,
no espero nada de ellos. Llegan de repente sin hacer ruido; besan mi
frente; se acomodan al lado de mi almohada como cuando era pequeña, y me
parecían grandes e imbatibles. Mis ojos cansados por el día, se sumergen en la
otra realidad en blanco y negro o color. Hablaba con mi abuela, Encarna. La
notaba cansada, envejecida, apagada, pachucha. "Abuela, no quiero que te
vayas" a la residencia, la decía. Mi inteligencia sabía que mi abuela
nunca fue a una residencia, que siempre estuvo con nosotros." Allí, me dan
muy bien de comer", contestaba. La abrazaba contra mi pecho, me resistía a
que se fuera. Antes de cruzar la puerta de casa, fue a saludar a mi hermana,
Alicia, que parecía sacada de una las miles de fotos que tenemos con ella. La
hablaba con cariño, la besaba. Su decadencia me estaba matando. No quería
perderla. Abrió la puerta de casa, se fue. La seguí, entró en su casa, había un
cristal que me separaba de ella. Una habitación pequeña con un balcón y una
cama. Mi abuelo apareció de repente." Abuelo", grité. Ellos no me oían. Me desperté sabiendo, que mis
abuelos, nunca se habían ido de su casa, que esa era su cielo.
Con todo mi amor a mis abuelos maternosAna Tapias( todos los derehcos reservados)©
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