El atardecer se explaya incontestable sobre el horizonte, que parece un suspiro ante la mirada incontenible de querer atraparlo del visionario; que sale sin escalera a la calle, inmerso en sus dudas sobre la existencia de un día, que parece calcado del anterior, ajustado a un plan progamado, heredado de sus padres, como si nada fuera posible fuera de él. El atardecer se despide sin gritos, ni poemas, tan sólo con la voz del silencio, esa que se posa en el olvido.
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