Ya no tengo edad, para creer en los monstruos como seres deformes; sin, con, ojos; con caras de cubiertas por toallas de playa o mantas de Ikea; con voz de volcán en erupción; pero, a veces los veo al otro lado de la ventana; debe ser, el efecto óptico de la soledad sobre mi pensamiento, que entiende que no hay nada mejor que tener a un monstruo como amigo, para que te consuele de las desavenencias con los amigos, que pululan sobre las certezas, las incertezas; las agonías; las envidias; la crueldad; el egoísmo. Los monstruos, son sinceros con sus sentimientos, con sus movimientos; no hace falta jugar al ajedrez con ellos. Por eso, veo monstruos en vez de amigos.
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