domingo, 15 de enero de 2017

Caminar con mi sombra

En mi bolso, siempre llevo un sándwich, que tomo a media mañana; el móvil;  las llaves. y mi cámara de fotos. Salgo de casa; pertrechada con una, impenetrable, zamarra, un gorro de lana;  una bufanda traída de la Pampa, y unos guantes con la figura de una calavera. Dispuesta a soportar los rigores invernales, algo decadentes, tras el cambio climático. Que antes si hacía frio y nevaba de verdad; eso dicen los nacidos en el siglo XX; yo, recuerdo, vagamente, los inviernos de mi infancia; donde observaba abrumada, las capas de nieve en los tejados. A pocos metros de casa, está el jardín abandonado en invierno de niños; y en verano lleno de cubos y palas. Como si fuera un Sherlock Holmes de las hojas;  busco sombras; son culpables de parecerme bellas; la gente, mira a esa mujer agachada, siniestra, perturbada; que fotografía cosas del suelo. El reloj, asoma a mi pensamiento, no quiero llegar tarde al curro; que luego salgo a las tres y media; y ya no sé qué decirle a mi amigo, Antonio; para hacer las siete horas y media. Guardo la cámara en el bolso. Al llegar, a la calle de San Juan. Las calles de Segovia, están todas vacías a las siete y cuarto de la mañana; mi sombra desnuda, me sale al paso. He de vestirla, antes de que la vean los curiosos. Me calzo unas botas, me abrocho los vaqueros, me ajusto el jersey negro de cuello alto. Vuelvo a ser de carne y hueso, la normalidad me invade. Mi mundo se queda desperdigado en mi imaginación, que no saldrá a pasear en toda la mañana. 

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