viernes, 13 de enero de 2017

En la sala de espera

El miércoles, a mi padre le dio un mareo en mitad del monte; a duras penas consiguió llamar a Martín, uno de sus hermanos; que vive en el pueblo, y al 112. Una ambulancia sin medicalizar, sólo con un conductor, lo llevó a Turégano. El médico no vio nada raro.  Fue hasta el Cubillo, su pueblo; donde había dejado el coche, y condujo treinta kilómetros hasta Segovia.  Al entrar por la puerta, sus ojos estaban lagrimosos. Era difícil sobrevivir al mareo, y aún más, a no tener un accidente por la carretera. Le convencí, para ir al hospital de Segovia a urgencias, a que le hicieran pruebas. La sala de urgencias, es pequeña, no cuenta con más de cincuenta incómodas, pesadas, duras sillas, para sentarse a esperar el veredicto de las pruebas. Mi padre pasó, mi madre fue con él. Me quedé abandonada en aquella sala; llena de caras sin solución. Abrí el libro electrónico; me decanté por la" Caligrafía de los sueños" de Marsé; logré concéntrame unos minutos. Me perdí, en aquella mujer mayor; alta, con pelo corto, aún con rastros de su belleza juvenil;  que un celador dejó en la sala. Venía acompañada de una mujer, pensé que era su hija, La mujer empezó a gritar, a llorar, a lamentarse. La cuidadora fríamente, la dijo que se calmará. Mi mente, viajó a la dureza de ser mayor; de depender de un cuidador sin escrúpulos; de cómo el cuerpo con el paso de los años nos deja a la intemperie, despreocupándose de nuestro dolor. Una hora, sin saber nada de mi padre. Mis hermanas, mi amiga Idoia, llamaron. En la sala, irrumpieron seis gitanas, con tres niños. Empezaron a hablar en alto, los niños correteaban ajenos a sus madres. A mi lado, se sentaron dos, apenas tenía espacio para mí.  No sabía qué hacer con las manos, con la mirada, con el cuerpo. Una de ellas, alzó la voz, criticando el comportamiento de otra.  Mi padre llamó, pronto le darían el alta. Las pruebas no daban nada concluyente. Me sentí aliviada; hubo gente que salió de la sala; pero, yo permanecí quieta, inmune, soportando las vidas de esos seres, que nos llamaban" Payos". En la calle, vi tres coches de policía y veinte gitanos. La luna me llevó a Lorca.
Ana Tapias Garcia

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