Uno de
mis sobrinos, llegó la semana pasada, acatarrado a casa de mis padres.
Estuvimos casi todo el rato con mascarilla; pero, la distancia y el amor,
se llevan mal, así que, hubo un momento, en que le dimos un beso, sin
mascarilla, mi madre y yo. Le pregunté “¿no tendrás el covid?", mi
sobrino, es un adolescente con altas capacidades, que ha pasado el covid y está
vacunado, me contestó " no". Pasé de largo de su catarro, pero, mi
madre se contagió y yo también, y claro, eso ya es otra realidad; puesto que,
mi madre es de alto riesgo. Pasó el covid en marzo del 2020 y se vacunó en
febrero de 2021, y en breve, recibirá la
tercera dosis de refuerzo. Dos enfermeras-rastreadoras, que llevan luchando
contra el covid, desde que empezó a dar señales de existencia, me convencieron
para que nos hiciéramos la prueba. Estaba reacia, pero tenía la necesidad de
saber si volvíamos a ser positivas o no. Mi madre y yo, fuimos a las
casetas del hospital, nos metieron los palitos, por cada uno de los orificios
nasales. El palito giraba, y giraba, como si fuera el planeta tierra, y mis
ojos lloraban, angustiados por la enfermedad, que tantas muertes ha causado y
causará. Las heroínas anónimas, enfermeras de profesión, que luchan por salvar
vidas, desde que la virulencia de esta enfermedad, nos obligó a confinamos al
planeta entero, provocando el silencio de un mundo, que llevaba siglos sin
escuchar su voz; me mandaron un mensaje para decirme que "éramos
negativas”. Lloré compulsivamente, al revivir el covid familiar, en el que nos
vimos atrapados, sin saber, si viviríamos o moriríamos. Mi padre, casi se
muere, en la habitación de un hospital solo, y sin zapatillas de casa, que no
pudo llevarse al irse en las ambulancias de la muerte. Que recorrían las calles
vacías, recogiendo a personas con síntomas de un virus, que dejaba ataúdes a
las puertas de los cementerios; donde eran despedidos con frialdad, a pesar de
que la primavera despuntaba en los jardines, a los que estaba prohibido ir,
porque hasta respirar era peligroso. Mi padre se fue recuperando, se sigue
recuperando, de las secuelas del covid, que le atacaron de diversas maneras y
que nos han obligado a pasar muchas horas en urgencias, haciendo pruebas y más
pruebas. La vacuna es necesaria, bien es cierto que no previene el contagio, de
momento, pero si protege de una enfermedad agresiva, cruel, inhumana; de la que
leo en un periódico, que en Europa del Este, solo hay un 29% de vacunados,
debido a una pésima información de sus gobernantes, quienes no alientan a la
gente a vacunarse, lo que irremediablemente los llevará al olvido, en
siniestros hospitales, donde serán tratados como cuerpos, con la muerte escrita
en sus frentes, sin posibilidad de salvación. Y mi tristeza aumenta, por la
suma de dolor y de miedo, de seres invisibles, entregados a la supervivencia;
encadenados a la inmortalidad de unos regímenes, donde la democracia es un
sueño de libertad y de salud, donde solo algunos son capaces de sobrevivir; y
mientras, en la Europa del oeste, piden certificados covid, para entrar en
espacios cerrados, y las olas, cada vez, son dejadas en la orilla antes,
gracias a las vacunas; que han pasado a ser decisivas en nuestras vidas, antes
caducas por el más leve suspiro, ahora de nuevo perenes ante un horizonte, que
fluye esperanza, a la que han bautizado como nueva normalidad, pero nunca,
seremos los de antes, o tal vez sí, eso es parte de la historia que estamos
construyendo entre todos.
Con todo mi cariño a dos heroínas anónimas: Lolita y Anita
Ana Tapias( todozaos los derechos reservados(
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